lunes, 30 de abril de 2012

Nueva Zelanda Isla Norte






Llegamos a Auckland después de varios días en la isla sur y nos fuimos a buscar el auto que alquilamos, un Toyota Corolla que era una verdadera nave comparada con “La Batata”. Fue una solución para movernos a Rotorua, lugar donde nos esperaba al día siguiente nuestra primer Half Marathon!  Con sólo un combo de Mc Donals de por medio me fui manejando los 230 kilómetros hasta Rotorua. Adoro manejar por la derecha en el carril de la izquierda, mucho más sencillo y práctico, la ruta tomó lugar gran parte en la noche y con lluvia, pero a velocidad crucero todo el tiempo fue un viaje muy agradable. Aproximándonos a esta nueva ciudad donde pasaríamos dos noches, un extraño olor empezaba a penetrar el ambiente. Sí sí, un olor a podrido invancable, bien de cloaca invadía toda la cuidad donde correríamos al día siguiente. Llegamos al hostel y preguntamos a que se debía el olor. Al parecer un volcán que hizo erupción hace años atrás produce hoy en día que las aguas calientes salgan a la superficie. Ahí entendimos el ser del humo que se veía en distintos lugares de la cuidad, lugares donde el olor era aún más fuerte. La gente en Rotorua se acostumbra a sentir ese aroma en el aire, donde va y viene dependiendo del día.
Sin más que alguna queja que otra cuando el olor se hacía fuerte, esa noche nos fuimos a buscar las remeras de la carrera y a registrarnos. Caminamos hasta el lugar donde al llegar ya se veían las caras de los atletas radiando felicidad, como nosotros, simplemente por estar ahí y por correr en breve. Qué lindo es sentir esa buena energía de los deportistas! Con música, stands de todo tipo, nos entretuvimos un buen rato, luego nos fuimos a recorrer el centro.

En Rotorua hay una peatonal muy linda donde ya a las 19 hs no se ve más gente caminando en ella. Hombres y mujeres, jóvenes o adultos, todos están adentro de los bolichitos comiendo y tomando. Nos sigue impresionando como la gente se duerme y come temprano. Esa noche terminamos en pizza hut.  En la madrugada, nos empezamos a sentir mal del estómago con Gastón así que nos tomamos un fadal cada uno para que nada nos arruine la carrera. Con sólo 5 horas de descanso, se hizo la mañana y sin desayunar nada por las dudas de que nos haga sentir mal en la carrera, nos fuimos corriendo a tomar el ómnibus que nos llevaba hasta el punto de partida. A las 7 y 45 de la mañana partió el ómnibus. Fue como media hora en bus hasta que nos dejaron en el punto del cual salían los corredores de la media maratón. Nos sorprendió ver gente mayor anotada para correr 21 km como nosotros. Y cuando digo gente mayor hago referencia a mujeres y hombres de hasta 84 años. Sorprendente y admirable el amor por el deporte. La edad la sabemos porque dieron muchos premios a todas estas personas que se animaron y corrieron, preguntándole la edad a muchos de ellos.

Se hicieron las 9 de la mañana y llegó el momento de la partida. Que emoción estar ahí junto a las 4 mil personas que corrían, habiendo esperado ansiosamente esta carrera por más de dos meses. Como deportistas nos sentimos en falta porque no entrenamos mucho, más bien nunca corrimos más de 14 km seguidos, y en el mes previo sólo corrimos una vez en Montevideo, otra en Queenstown y la última vez en Wanaka. Problemas de salud nos jugaron partidas contrarias, pero nada ni nadie nos iba a trancar correr nuestros primeros 21 km!   Antes de arrancar la carrera las autoridades dieron la orden de que no se podía escuchar música mientras se corría, auriculares prohibidos por seguridad. No dimos mucha bola y fuimos escuchando lo que siempre nos da fuerza para correr. Sonó la corneta, empezó la carrera y la energía se empezó a sentir. Los primeros kilómetros fueron muy divertidos, fuimos cantando y alentando. Nos sorprendió que nadie aplaudía, la gente que se para a verte correr es amarga y no alienta. Nada importaba, las palmas uruguayas estaban presentes y algún “Uruguay nomás” también. Empezaron los repechos como a los 6 km, se sentía el cansancio. Ahí recordaba los 10k de Minas. Si corrí a pleno mediodía con un calor invancable, a puro repecho más repecho, entonces tenía que poder con éstos. La gente en las casas armaba mesas para sus conocidos con frutas y bebidas, y carteles de aliento que indicaban a quien estaba dirigido ese festín energético. Por suerte encontramos en el km 14 a una señora que tenía una mesa de bananas y un cartel que decía “you can guys!! “ Así que la interpretación fue muy amplia y Gastón le pidió una banana que fue salvadora para aguantar los próximos kilómetros. Con lluvia, viento, sol, subidas y bajadas constantes los kilómetros iban sumando cada vez más. Los últimos kilómetros fueron devastadores. No sabíamos de donde sacar energía, y cada vez demorábamos más en hacerlos. Así llegamos al último kilómetro que me pareció eterno. Gastón prendido a la cámara registró todo momento de la carrera, yo más destruida necesité más concentración. Victoriosos culminamos la carrera después de haber corrido 2 horas y 45 minutos. Sé que no es buen tiempo pero llegamos a la meta “ Exceed your expectations because you can”.

Terminamos de correr y me sentí morir. Acostumbrados a que te den gatorade, cereales o frutas al culminar la carrera y no obtener nada en esta, se sintió la falta de todo. Nos fuimos al hostel rápido a bañarnos para no enfriarnos, pero imposible, el frío le ganaba a todo.  Después de una ducha caí en la cama y en unas horas me recuperé. A las 17 nos fuimos al lugar donde sorteaban premios y premiaban a los ganadores de los primeros puestos. Recién ahí comí una ensalada de frutas y un sándwich bien potente, moría de hambre. No nos ganamos nada en los sorteos. A la hora festejamos en pizza hut comiendo buffet de pizza. Como se extraña la pizza cacerita, o la del Bar Premier!  Esa noche se veía mucha gente rengueando, muchos corredores se lesionaron y se notaba. Parecía que toda la cuidad hubiera tenido un accidente y los lesionados se arrastraban por las calles. Cómico de ver pero también desgarrador porque a nadie le gustaría lesionarse. Para rematar la noche después de tener la panza llena nos fuimos a las termas de la cuidad. Rotorua es conocida por sus aguas termales con distintos minerales. Les aseguro que aún no he visto termas que superen las del Quiroga de Salto. Las aguas termales de Rotorua no eran muy agradables en cuanto a su olor. Como todo en la cuidad, el olor a cloaca estaba presente en cualquier ocasión. Nada agradable lo sé, pero real. Las termas llenas de chinos molestos por todos lados hablando a los gritos, dio para recompensar a los músculos una horita y después afuera.


Al otro día abandonamos el hostel en la mañana y nos fuimos con el Toyota camino a Auckland. Gastón tomó el volante y yo dormí gran parte del viaje. Llegamos, devolvimos el auto y nos fuimos a conocer la cuidad. La primera impresión no fue de agrado. Muchas caras y muchas mezclas de todo tipo. Ya no se veían a los rubios de ojos claros de la isla sur. Ahora, en cambio, sólo veías asiáticos, musulmanes, indios y mexicanos. En todos los puestos de servicio trabajaban extranjeros. Por primera vez en toda NZ vimos gente durmiendo en las calles y pidiendo. La impresión de estar en la 18 de julio de Montevideo no desaparecía, el centro de día no se ganó nuestro agrado.



Aprovechamos la poca luz del día que nos quedaba y subimos la Sky Tower, supuestamente la torre más alta de la cuidad con 60 pisos aproximadamente. Nos sorprendieron los inexistentes controles de seguridad para entrar. Las personas entraban al edificio sin ticket ni sin ser revisados anteriormente, cargando muchos de ellos mochilas o cualquier tipo de bolsas. Perfecto lugar para hacer un atentado. Una vez comprado el boleto para acceder a los ascensores que te llevaban a lo alto, una cuota de desilusión obtuve al encontrarme con un lugar cerrado y no tan alto como esperaba. Después de haber subido al Empire State en NY con más de 80 pisos de altura y en una pelotuda cuidad, es difícil ganarle y volver a quitarme el aliento. Lamento haber tenido esta cuota de desilusión, por algo siempre dicen que NY es la frutillita de la torta.  Igual apreciamos la vista, no deslumbrante pero vista al fin.





Después de bajar de la Sky Tower nos divertimos un poco con muñecos que habían en una sala. Esas sí son cosas que no me dejan de sorprender, je.



Más tarde recorrimos el puerto. El punto más alto de la cuidad se lo da la zona portuaria, sin lugar a dudas. Con bolichitos por todos lados la noche cayó y el puerto se llenó de lucecitas. La imagen de la Sky Tower de noche era increíble, embelleciendo toda la cuidad. Ahí entendí la belleza de la torre, belleza que de día no se aprecia pero cuando cae el sol, la torre es la imagen más hermosa de ver.

Encontramos a PwC enfrente al puerto. Uno de los edificios más altos de la ciudad en una ubicación envidiable. Gastón se sacó alguna foto que otra para el recuerdo.
Caminando un poco más regresamos al centro donde nos divertimos cruzando las calles. Resulta que los semáforos de ambos sentidos se ponen en roja, y la luz verde está presente para todos los peatones, no sólo para cruzar de la forma habitual sino que también para cruzar tomando la diagonal.





Nos fuimos de NZ. Próximo destino Sydney, Australia. 

Nueva Zelanda Isla Sur


Emprendimos nuestro viaje de 360 km de Christchurch a Dunedin.  Al inicio manejar fue raro, más aún, no siendo un vehículo manuable, sino un camioncito bastante grande alias “La Batata”. Nos llevó unos minutos acostumbrarnos a ver todo del lado contrario. Paramos en un super de Christchurch para hacer un surtido, ese primer viaje fue complicado ya que dimos vueltas y vueltas para poder entrar. Observamos que para doblar a la derecha en una principal con semáforo, no siempre está la luz que habilita a doblar pero si está señalizado en el piso, por lo cual los autos se tiraban y doblaban a huevo. Así que viendo, aprendimos, y nos acostumbramos a esta nueva forma de manejar.

En el camino a Dunedin se fue haciendo la noche, así que paramos a dormir en Oamaru, a 100 km de Dunedin. Nos quedamos en un camping para Campers, llamados aquí Holiday Park o Camperground. Estos por lo general tienen un lugar para estacionar con un enchufe de corriente de luz, baños, duchas, cocina y un espacio común. En estos lugares cobran como 22 NZ$ por persona.

A la mañana siguiente me tocó manejar a mí los kilómetros que restaban para llegar a Dunedin. La verdad es que no me costó manejar del lado contrario. Al llegar a Dunedin, la segunda ciudad más grande de la isla sur, sólo recorrimos el centro con la Camper. La cuidad es muy muy linda, prolija como todo NZ.
Luego de Dunedin seguimos nuestro a viaje hacia Queenstown. A la hora del almuerzo paramos en Roxburgh donde preparé un arroz con tomate, cebolla y atún.  Estacionamos la Camper en una colina que tenía vista a un lago y una represa. En este lugar es donde empezamos a visualizar  montañas.
Siguiendo nuestro camino también paramos en Alexandra. Un lugar con mucho colorido y un reloj solar en una montaña.

En la tardecita llegamos a Queenstown y estacioné la Camper en la rambla, un lugar con una hermosa vista al lago. Ahí nos quedamos dos noches mientras nuestra pareja amiga se quedó en un hostel. Por suerte en frente a donde estacionamos, había un hostel donde pagando unos 5 dólares te dejaban bañarte. La cuidad fue la más linda de toda la Isla Sur, conocida como el lugar de deportes extremos. Vimos que esta cuidad es ideal para quedarse varios días, ya que es muy pintoresca. De noche todos los bolichitos estaban iluminados con fuego y decoración muy atractiva. Las calles todas de piedra, en subida y bajada, le daban un toque especial. Las personas que viven aquí, y en general en todas las que vimos en la Isla Sur, son rubias y de ojos claros.

A la mañana siguiente, siendo nuestro tercer día en NZ, nos levantamos bien temprano para ver el amanecer en Queenstown, donde el sol se asomaba atrás de las montañas. Las imágenes de nuestra retira no se pueden plasmar en fotos, pero es un lugar alucinante. Con las hojas otoñales cubriendo el piso como una alfombra, encontrabas todos los colores en un solo lugar. Rojos, bordos, amarillos y verdes de todo tipo hacían una cuidad de ensueño. Caminamos hasta llegar al centro que estaba a tres cuadras, abrimos la billetera y desembolsamos el viático de muchos días. Paraflights fue el primer paseo: nos sentábamos en el bote atados a un paracaídas y nos quedamos expedidos en el aire como 20 minutos. Estando en el cielo recorrimos y observamos gran parte de la costa, donde cómodamente sentados vimos todo Queenstown.


A continuación subimos una montaña en góndolas por el skyline, luego en sillitas y después bajamos parte de la misma en unos autitos donde jugamos carreras y les gané a todos, tanto en la pista fácil como en la difícil. 

En estos autitos, sólo se utiliza el freno, y no lo apreté mucho, me reventé contra todo pero gané! En la montaña se podía almorzar en un parador muy bonito pero nos fuimos corriendo para llegar al paseo del Señor de los Anillos, y nos comimos un combo en 5 minutos, una animalada.

El paseo del Señor de los Anillos no fue tan genial, quizás porque no somos fans, pero nos permitió ir a lugares donde la Camper no puede acceder por el estado de los caminos. Así conocimos Glenorchy, un lugar con las mejores vistas que vimos en NZ. Lo más gracioso de este pueblo fue su biblioteca, una casita dos por dos.
El tour nos fue llevando a distintos lugares donde se llevó a cabo la película, pero como esta tuvo escenas en toda NZ, sólo fuimos a los lugares que se filmaron en Queenstown y Glenorchy. Tuvimos un picnic en la mitad del bosque donde mataron a Boromir, un lugar muy silencioso y lleno de vegetación por todos lados. En esta instancia aprovechamos y charlamos con el guía que era muy macanudo y nos contó varias cosas de NZ. El tour fue hasta donde se terminaba la calle, lugar en que estaba una de las torres que tenían que destruir Frodo y Sam. En la noche fuimos a tomar una cerveza y a comer una pizza en un bolichito muy lindo.


Al otro día, a las 6 de la mañana ya estábamos en pie para recorrer la costa corriendo. El frío que hacía era increíble, pero con buzos, bufanda, guantes y gorros salimos a correr igual. Fuimos por un camino alrededor del río, donde el suelo estaba lleno de piñas bien chiquitas, hojas otoñales y piedritas grises. Creo que caminando o corriendo es una de las formas más linda de ver una cuidad, en particular corriendo vimos las mejores vistas del lago y sus montañas. Lo atractivo de correr por Queenstown no sólo era la vista que la cuidad te ofrecía sino que podías optar por distintas rutas, unas con más subidas y bajadas, y otras más planas, pero todas atractivas para quien le gusta moverse. En estos caminos había banquitos, todos puestos en lugares estratégicos y en los cuales te podías quedar horas apreciando la vista. Las casas que aparecían en estas zonas lejanas del centro eran hermosas, todas con techo a dos aguas y de madera. No llevamos la cámara pero las vistas de la cuidad corriendo fueron soñadas.

A las 11 de la mañana arrancamos camino a Milford Sound. Gastón al volante y 300 km por delante. Saliendo de Queenstown se lleva un espejo de otra Camper sin darse cuenta hasta que el tipo de la Camper se le paró en frente de nuestra Camper en la mitad de la calle y la quiso detener con su propio cuerpo, estaba loco! Gastón esquivó y nos fuimos cagando fuego.

Desde Queenstown y bordeando todo el oeste de la Isla Sur de NZ, los paisajes son de montañas y las rutas con curvas, subidas y bajadas permanentemente. Para llegar a nuestro próximo destino Milford Sound, sólo había una ruta de ida y vuelta. Bajando y subiendo montañas saladas con “La Batata” paramos en Te Anau a descansar un rato. 
Esta cuidad era muy tranquila con el lago más grande que pudimos ver. En la oficina de información al turista, la mujer que atendía dijo que no había más estaciones de servicio entre Te Anau y Milford Sound, así que cargamos el tanque para 300 km ida y vuelta. 




La ruta a Milford Sound fue la más complicada al estar ahí la cadena más montañosa, hasta pasamos por un túnel  que atravesaba una montaña. Antes de entrar al túnel tenías un semáforo que te habilitaba con luz verde a entrar. Dentro del túnel eran 5 minutos manejando donde gotitas de agua caían y un poco de sensación de que se podía venir la montaña sobre uno se sentía. Después de pasar este túnel hubo una bajada infernal donde el precipicio no faltaba a la cita. Esta bajada se transformó en una subida devastadora para la Camper a la vuelta, pero por suerte el motor no se fundió. Pasamos la noche en Milford Sound, donde no había nada salvo un camping en el cual dejamos la Motorhome. La vista que tenía este lugar era increíble.





No pudimos estar mucho afuera porque nos comían los mosquitos y también unas mosquitas que había por la vuelta, bastante molesto así estuviéramos con bastante off. En la noche nos cocinamos y conocimos al Zorro, un anciano con una linterna puesta en su cabeza, dando vueltas y vueltas dentro del lugar, personaje muy cómico de ver y de encontrarse a todo momento de la noche.


Nuestro 5to día en NZ comenzó amaneciendo en Milford Sound. Este lugar es conocido por los fiordos, que son montañas que rodean los lagos. Estas montañas son altas y con mucha vegetación, y si fuera invierno habría nieve sobre ellas. Hicimos un paseo en un barco, con desayuno incluido. El barco recorrió todo el río y nos permitió ver los fiordos de cerca.




También hubo alguna cascada que otra por el deshielo. Muy lindo paseo con hermosas vistas.










Nos fuimos de Milford Sound en la misma mañana camino a Wanaka con 450 km por delante. Llegamos en la tarde, pero ya era de noche. Dejamos la Camper en un estacionamiento sin darnos cuenta que había un cartel que no permitía estacionamiento de Motorhomes. Nos fuimos a comer algo a un bolichito muy lindo del centro, donde testemos la cerveza del lugar, pero no había mucho más para hacer. Nos quedamos durmiendo en la Camper y en la mañana   , a eso de las 6, me despierto y le cuento a Gastón que soñé que nos despertábamos y nos multaban con 5 dólares por haber dejado la Camper ahí con las cortinas cerradas lo cual aludía que estábamos durmiendo y también nos ponían una multa de 1 dólar por no haber recibido el chocolate caliente que estaban repartiendo. A los minutos cae un coche policial y empieza a sacar fotos a la Camper. Me visto rápidamente y salgo a hablar con el oficial. Le inventé que nos habíamos quedado en un hostel y que sólo fuimos a la Camper a buscar ropa para salir a correr pero no hubo caso, 200 NZ$ multa y nada de chocolate. Agachando la cabeza, más tarde fuimos y pagamos la multa en sus oficinas. Esa mañana, en seguida que se fue el policía nos fuimos a correr por la rambla de Wanaka. Divina rambla para correr, mucha más larga que la de Queenstown. La sensación que tuve mientras corría es que estaba metida dentro de una postal. Me impresionaban mucho las montañas, quizás porque en Queenstown las que había estaban llenas de vegetación y de vida, y en Wanaka eran montañas sin verde. Cuando veía el paisaje era como si viera una pared de una foto y yo ahí metida, sensación muy rara. Fuimos corriendo para el este, con hermosas vistas también. 

El camino por el cual corríamos en un momento se hizo muy pesado de vegetación y ya no veíamos ni lagos ni montañas, sino que teníamos matorrales de ambos lados y en el piso a cada metro habían agujeros en la tierra que llevaron a que Gastón se achique un poco y después me fui achicando yo, ya que me imaginaba que podía saltarnos cualquier cosa de ahí dentro. Dimos la vuelta y regresamos. Corrimos como una hora y media, lindo trayecto donde también aparecían banquitos cada tanto para sentarse y apreciar las vistas. Después nos bañamos en el hostel y nos fuimos a jugar a una placita que había en la rambla, muy muy linda.



Abandonamos Wanaka a las 11 de la mañana y emprendimos camino a Franz Josef. Hicimos una parada en un lugar donde había muchas rocas blancas sobre la ruta, todas empiladas y escritas. Ese día era el cumpleaños de mi sobrino, así que le elegí una piedra y le desee feliz cumpleaños en ella. En estos lugares los celulares no agarraban red de ningún tipo, así que fue mi forma de expresarme por no poder comunicarme en ese momento. Recorrimos el mar de Tasmania en cuya playa yacían muchas rocas escritas y restos de palmeras, dando una gran sensación de soledad.




Una vez que llegamos a Franz Josef nos quedamos en un camping muy coqueto, donde cada Camper tenía un lugar asignado rodeado de vegetación, muy selvático. A las 20 salimos a buscar agua pero todo estaba cerrado. En NZ todo cierra temprano y desaparece la gente. Al otro día, siendo nuestro 7mo día en NZ y estando en Franz Josef nos fuimos de excursión al Glaciar de Franz Josef.


Nos llevaron en helicóptero y todos equipados para el frío.
El equipamiento implicaba unas medias super gruesas, nunca antes  vistas, unas botas que pesaban como 1 kilo cada una, unos pinchos que se ataban a las botas y te salvaban de no resbalarte, un pantalón, una chaqueta y un bolsito. La caminata demoró como 3 horas e implicó escalar el glaciar no siendo fácil si no está uno preparado físicamente. Este paseo estuvo genial no sólo por viajar en helicóptero sino porque implicó meternos en cuevas de hielo desafiantes, subir y bajar el glaciar.

Luego de volver congelados, nos fuimos a las hot pools o piscinas de agua caliente para recuperar la temperatura. Salimos como nuevos y ya nos subimos en la Camper para irnos a Punakaiki.


Punakaiki es conocido por las pancakes rocks que son rocas enormes donde el agua fluye debajo de ellas, tirando chorros para arriba. También aprovechamos con Gastón y salimos a caminar por la playa y nos sacamos fotos con estas rocas, más bien islas ya que tenían vegetación sobre ellas, inclusive estando en la mitad del mar de Tazmania.






Después de Punakaiki nos fuimos directo a Christchurch, que es la cuidad más grande de la Isla Sur y  donde teníamos que devolver la Camper a la mañana siguiente para tomar el avión a la Isla Norte. En Christchurch quisimos visitar el centro pero como en febrero 2011 hubo un gran terremoto, toda la zona céntrica quedó destruida. No había nada más para hacer en la cuidad que recorrer alguna calle que otra en las afueras donde estábamos nosotros.
 El Holiday Park donde pasamos la noche en Christchurch estaba muy lindo. Cocinamos y aprovechamos para lavar la ropa…me salieron 2 ampollas por lavar a mano pero no queríamos gastar en máquina ya que íbamos a gastar sí o sí para secarla.










Al otro día nos fuimos de Christchurch a la Isla Norte (Auckland).

viernes, 27 de abril de 2012

De Montevideo a Nueva Zelanda


Entramos al aeropuerto de Montevideo a minutos de que empezara a embarcar nuestro vuelo. El viaje hacia NZ fue complicado en el tema horario pues salimos un martes de Montevideo y llegamos un jueves a NZ. Con escala en Santiago de Chile donde descansamos en una sala vip por 3 horas, ya estábamos prontos para el vuelo de 13 hs hacia Auckland. La sala vip en la que nos quedamos no te sacaba el aliento pero podías tomar todas las bebidas colas que quisieras, cerveza, té, café, etc., con snacks de todo tipo; gratis con la tarjeta Dinners. Nada mal para matar el tiempo. Tomamos nuestro avión destino Auckland con LAN, un vuelo raro, ya que salimos a las 12 de la noche de Chile y llegamos a las 4 de la mañana a NZ, es decir, nos adelantamos en el tiempo pero agarrando noche tras noche en las 13 horas del avión. Después de la cena, todo el mundo dormía y yo me puse a ver la película War Horse o Caballo de guerra en español. A mí en particular me movilizó mucho y se me cayó alguna lágrima que otra, excelente película para los amantes de los caballos. Después caí dormida como 8 horas sin tomar nada, así que pude descansar para arrancar con el cambio horario.



Llegamos a Auckland Airport y lo primero que hicimos antes de pasar por la aduana fue sacar dólares nuevazelandeces. En la Aduana tenías que informar si traías comida, obviamente declaramos que sí, nadie nos iba a sacar las “Chiquilín” y “Las Solar” de nuestras mochilas, jeje. Luego nos movimos del International Airport to the Domestic Airport. Fue una caminata de 10 minutos en plena madrugada con un frío hélido, pues no quisimos esperar el bus que hace los traslados. Preparados con gorro, bufanda, guantes y los polares del grupo de viaje arrastramos las valijas. La mía no tanto, gran valija que me regaló “el profe” ya que tiene unas ruedas enormes y es muy fácil trasladarla. La valija de Gastón, la más nueva, en ese tramo se le rompió una rueda así que pesaba el doble a la hora de trasladarla. Una vez que llegamos al aeropuerto de vuelos domésticos tomamos el vuelo hacia Christchurch de una hora, donde levantamos la Camper (o Motorhome).

En el aeropuerto de Christchurch no encontrábamos el bus que nos trasladaba a las oficinas de Backpackers donde estaba la Camper. Observamos que en NZ todo lo tiene que hacer uno mismo: desde hacer el check in en el aeropuerto en unas computadoras donde te sale impreso el boarding pass, hasta tener que llamar por teléfono uno mismo para que te vengan a buscar, cuando ya sabían que llegabas ahí, con la bienvenida de una oficina vacía. Una vez que nos vinieron a buscar nos llevaron a la oficina donde levantamos la Camper. El trámite, por más sencillo que fuera llevó como dos horas. Aún así, al darnos la Motorhome chequeamos que todo estuviera ok, tuviendo que llamar al mecánico para que arreglara el encendedor, algo primordial para que el GPS funcionara. En la espera fuimos leyendo todos los folletos que tomamos en el aeropuerto, y también los que estaban ahí para el turista. Observamos que en todas partes hay folletos y libros turísticos para que uno vaya y agarre, pero nadie se te acerca a ofrecerte. En la espera de la entrega de la Camper llegó una mujer que vino directamente a mí y me ofreció amablemente una caja con cosas que le sobraron y que no iba  a necesitar más, ya que estaba devolviendo su Camper. Se ve que me vió cara de necesitada, jeje, creemos que el gorro pulguiento tuvo algo que ver. Cargamos las valijas en nuestro nuevo techo y con nuestra pareja amiga marchamos todos juntos hacia Dunedin.

Despedidas


Llegó la hora de irnos despidiendo. Llegan los últimos días para todo aquello que formaba parte de nuestro hoy. Así llega ansiosamente el último día de trabajo, y con alegría pero nostalgia se va  recogiendo aquellas pequeñas cosas que se fueron acumulando a través de los años, llegando a llenar bolsas donde cada objeto tiene cierto valor sentimental. Después de dejar todo en orden comienza la despedida con los compañeros, aquellos con los que se compartieron largas jornadas laborales. Algunos se transformaron en amigos y dieron lugar al llanto a la hora del adiós, no porque no se los vaya a ver nuevamente sino porque ese día a día que se compartía no va a existir más.

Llegan las despedidas con amigos y familia, esas que parecen de nunca terminar, con muchos abrazos y llantos de por medio, alegrías y tristezas mezcladas. Son un cúmulo de días que aunque te despidas aún sabés que no es definitivo, porque se sigue en pie en el paisito. Llamada tras llamada para desearte buen viaje te va haciendo caer de a poco que pronto no vas a seguir ahí. Una salida desesperada al shopping  para comprar cosas necesarias para guardar en la valija, y terminar saliendo de la Tienda Inglesa con 8 vasos de vidrio, te hacen dar cuenta que la ansiedad juega partidos confusos. Pero todos sabemos que uno nunca está preparado, que las cosas llegan, y a veces es mejor que lleguen sin pensar en todos los sucesos que vamos a estar ausentes. En lo personal más allá de los cumpleaños y festividades, tengo el recibimiento de una de mis mejores amigas. Va a ser raro no poder estar ahí cuando se reciba de Doctora en medicina…y pensar que la conocí de túnica y moña. Son cosas que te aprietan el pecho, porque son momentos únicos… Tampoco voy a ver a mis sobrinos que crecen a pasos agigantados, ni a mis padres que van envejeciendo cada día más.  

Llegó el día de abandonar la casa,  y despedirnos de nuestro perrito Guazú. Nuestro cimarrón de dos años de edad no dejó de dormir en la cama con nosotros hasta el último día…Crítica de muchos, lo sé, pero adoramos dormir todos juntos. Ahora le toca estar unos meses sin nosotros, pero todo va a  estar bajo control para que nos extrañe lo menos posible, al menos es lo que nos vendemos a nosotros mismos porque es duro dejarlo siendo parte de nuestra familia hoy en día.

Como buenos uruguayos terminamos la valija 2 horas antes de partir. Fue una valija de semanas de preparación, y terminó siendo la casa en 20 kilos. Se cierran las valijas, y marchamos al aeropuerto. Allí nos esperaban amigos y familiares. Los que fueron y los que no pudieron ir, estaban todos presentes. Repartí unos cuadritos que hice en 5 minutos antes de irme de casa, no fueron suficientes, pero me dio para hacérselos llegar a aquellas personas que siento lo que escribí en ellos…”Hay ausencias que tienen la rara costumbre de separar los cuerpos y unir las almas”. 




Nos despedimos de todos viendo a nuestros padres no aguantar el llanto. Nuestra alegría contrasta con estos retratos...El viaje nos espera, ahí vamos!