Desde Singapore nos tomamos un
vuelo de cuatro horas hasta Hong Kong por Cathay Pacific y en Hong Kong nos
tomamos otro vuelo de cuatro horas hasta Tokio. Hasta el momento Cathay va
siendo la mejor aerolínea en cuanto a servicio y comodidad. Era todo un desafío
llegar al hostel, pues al ver las líneas de trenes y subtes por internet
parecía una misión imposible. Al llegar al aeropuerto lo primero que hicimos,
como siempre, fue sacar dinero, pedir un mapa de la cuidad y de los subtes. Nos
hicimos amigos fácilmente de este sistema, aunque al inicio complicado. Otra
vez corrimos para no perder ninguna conexión porque estábamos en las últimas
salidas de metros desde el aeropuerto hasta la ciudad. Las distancias eran esta
vez mayores, tanto que nos llevó una hora y media de tren para llegar desde el
aeropuerto hasta el hostel. En Japón todo está bien señalizado y ordenado. La
gente siempre amable y dispuesta a ayudarte. Nos sorprendió que los
funcionarios de los subtes, al vernos la cara de desesperación por estar a
contrareloj y con posibilidades de perder la última conexión, se acercaban a
ayudarnos para emitir el boleto y a indicarnos los pasos a seguir, todo con
muecas, ruidos y mucho movimiento de brazos. Al bajarnos del subte ya siendo
las 23 hs. salimos a la superficie y caminamos como cinco cuadras hasta el
hostel ubicado en la zona Asakusabasi. Paramos en un puesto de policía, creo
que turística, donde le mostré el mapita que tenía de la ubicación del lugar a
llegar y de pronto eran tres policías abriendo libros gigantescos de hojas
amarillas con todas las calles en japonés, intentando ayudarnos. Ya habíamos
ubicado donde estábamos y a cuánto estábamos del hostel, entramos sólo para
confirmar que íbamos bien. Pero fue tan graciosa esa escena de muecas y señas
para comunicarnos que me quedé como cinco minutos más para interactuar con ellos.
Ahí ya empezamos a decir “aligato” para agradecer. Son tan educados que siempre
al decir gracias se inclinan de forma de saludo.
Llegamos al Anne Hostel, esta vez
tenía ascensor! Cada piso tenía cuartos con paredes muy finas donde se escucha
todo. Al salir de los cuartos tenías en común espejos con lavamanos. También había
una sección de baños de hombres y otra de chicas pero estaba todo junto, separado
sólo por una cortinita. En este hostel había que dejar los zapatos en la
entrada. Nuestro piso no apestaba a olor a pata porque los zapatos se dejaban
cerca del ascensor, pero nuestros amigos, Ceci y Luis, no contaron con la misma
suerte porque todos los zapatos dormían noche y día en la puerta de su
habitación!
Al otro día en la mañana fuimos a
desayunar. El desayuno se servía en un cuarto de cuatro por tres, donde había
mesas y almohadones a nivel del piso. En Tokio arrancó nuestra experiencia con
los huevos. Con un cartel de “desayuno buffet” sólo había huevos duros, pan,
sal y manteca para desayunar. Ese día atomizamos a la chica de la recepción
donde le preguntamos los lugares que valía la pena ir en dos días y medio.
El
tiempo, siempre jugando en contra, no fue un inconveniente en esta ciudad por
el sistema grandioso de subtes y trenes. Nunca en mi vida ví tantas líneas de
subtes juntas, ni siquiera en Manhattan. Es impresionante la cuidad subterránea
que existe en Tokio. A veces teníamos que bajar como cuatro escaleras mecánicas debajo de la superficie.
El primer día en Tokio era un sábado y fuimos
a conocer el Palacio Imperial y el Jardín Oriental. Después recorrimos Shibuya,
el parque de Yoyogi, el santuario Meiji Jingu, y Roppongi, donde subimos a la
Mori Tower.
El palacio imperial era un
castillo que se convirtió en un palacio cuando el emperador se trasladó de
Kioto a Tokio después de la restauración Menji. No se puede entrar adentro del
mismo y creemos que sólo se abre dos veces al año. La parte que está disponible
para el público es el parque este del palacio (jardín oriental) y el famoso
puente Nijubashi en frente de la entrada principal. Este jardín oriental es el
jardín japonés más grande de Tokio, todo arregladito con flores de todos colores,
bien al estilo japonés. Disfrutamos de caminar en este entorno por un par de
horas.
Nos tomamos un subte hasta
Shibuya y al salir por fin nos encontramos con gente! Resulta que nos
imaginábamos un Tokio con miles y miles de nipones por todos lados, pero no. El
tránsito es super tranquilo, ordenado, ni una bocina se siente. En las calles
no hay la tal locura que te pintan en las películas, todo es pacífico. Ahora
sí, cuando entras al subte te das cuenta que todo el mundo está ahí abajo, y
que la conglomeración de personas se da en ciertos puntos de la cuidad. Uno de
ellos era en Shibuya, un lugar lleno de carteles luminosos, y con una peatonal
que es como el Times Square de NY. De cualquier manera pensábamos que íbamos a
ver más gente de la que vimos. Esta concentración de personas sólo alcanzaba un
par de cuadras y después todo volvía a la tranquilidad.
Vimos Shibuya en el día, donde
nos divertimos grabando algunos videos cruzando la calle ya que éramos cientos
de personas cruzando a la misma vez en todos los sentidos. Luego, en la noche, volvimos
a este mismo lugar donde las luces le daban un toque aún más lindo.
Para aprovechar
lo que nos quedaba de luz de día nos metimos a conocer el santuario Meiji Jingu.
En este santuario vimos un casamiento japonés y los rituales que suelen hacen
como prender inciensos y tirarse el humo arriba.
También había una fuente con
agua donde algunos se lavaban las manos agarrando agua de un cucharón.
Para disfrutar
la tardecita también decimos ir al parque Yoyogi, un parque característico por
juntar a toda la juventud nipona, con japonesitas vestidas de forma muy rara.
Algunas fashion, otras ridículas, pero todas con variedad y novedad a la vista.
Este parque nos encantó! Al mejor estilo prado de Montevideo, se encontraba
muchos grupos de amigos tirados sobre manteles por el barro, todos comiendo y
tomando cerveza. La mayoría jugaba al
bádminton, frisbee, volley, o simplemente se juntaban a cantar o tocar
instrumentos.
Después de aquí nos fuimos
nuevamente a Shibuya donde caminamos en la peatonal buscando un lugar donde
comer. Nos costó bastante encontrar un lugar donde cenar porque la comida
japonesa es muy particular. Terminamos en un restaurant italiano atendido por
japoneses. El pedido fue complicado. Pedimos unos tallarines a la boloñesa y
una pizza pero sólo de muzzarella, ya que estábamos cansados de comer con
gustos de todo tipo.
Al llegar la comida acertamos con los tallarines pero la
pizza resultó divertida. Al pedir “only cheese” nos trajeron una masa redonda
con algo de muzzarella por arriba y algo parecido al orégano, sin rastro alguno
de la salsa. Con un gusto bastante raro la comimos acompañando los tallarines.
Cuando hay hambre se come lo que sea!
Después de cenar, con poco tiempo
para alcanzar la última salida del subte (22hs.) nos fuimos a Roppongi que es
uno de los centros comerciales más grandes de Japón. Aquí subimos a la Mori
Tower o Tokio City View.
La vista panorámica desde esta torre de 60 pisos más o
menos no era 360 grados pero abarcaba bastante la cuidad. En la vista se
distinguía una torre Effield muy colorida que es la Torre de Tokio, y un puente
colgante llamado Rainbow Bridge. Este puente permitía el acceso a la isla
Odaiba a la cual fuimos al día siguiente.
En nuestro segundo día en Tokio
fuimos a Akihabara, a Asakusa y a la isla Odaiba. En esta mañana de domingo
salimos bien temprano del hostel y fuimos caminando hasta Akihabara para ver la
calle eléctrica. Nos sorprendió la poca gente que había en las calles de
Asakusabasi. Sin tener mucha idea por donde caminábamos, al preguntarle a un
nipón por Akihabara nos agarró la mano y nos llevó como una cuadra caminando
indicándonos el camino. La gentileza del pueblo japonés una vez más nos
sorprendió.
Llegamos a la calle eléctrica y
apareció nuevamente un Tokio de las películas y uno nuevo no visto antes. En
estas calles más allá de los carteles y la gente, se caracterizaba por
vendedores que salían a las veredas de sus locales, y gritando ofrecían todo
tipo de aparatos electrónicos. Con Gastón entramos a varios lugares preguntando
por baterías de cámara de fotos pero no tuvimos suerte. Después de varios
intentos al fin dimos con un puesto callejero atendido por un nipón y un uzbekistan que por suerte
sabía inglés. Buscábamos baterías de repuesto para ambas cámaras. En el momento
menos esperado y en pleno enriedo callejero nos quedamos sin baterías porque
los vendedores nos sacaron ambas de las manos desapareciendo y a los minutos
aparecieron con las originales y las de repuesto. Fue muy informal y cómico el
negocio que hicimos.
Esta calle estaba llena de
casinos con máquinas slots y de esas maquinitas que ponés una fichita para
sacar un peluche. Entramos a varios de estos lugares, donde eran pisos y pisos
de slots con un ruido infernal, ensordecedor de verdad, y nipones
enloquecidamente jugando. No había una máquina sin un japonés prendido a ella.
El ruido era tal que hasta usaban tapones para los oídos.
Nosotros no aguantamos
más de cinco minutos, así que nos fuimos a los pisos de maquinitas más convencionales
de juegos de pelea de todo tipo. Con muchas fichas en las manos, el dinero se
me fue en intentos fallidos por sacar algún peluche, y a Gastón jugando a la
Street figther.
En las esquinas de estas calles
encontrabas muchas japonesas vestidas de forma provocativa para vender
publicidad. Quedamos sorprendimos al encontrar locales de pornografía animé.
Las imágenes eran fuertes, más que son en dibujos animados. Ahí entendimos que
muchas japonesitas adolescentes se vestían como estas chicas animé, pintadas y
vestidas de forma similar.
Pasado el mediodía, al terminar
nuestra caminata por Akihabara nos fuimos caminando hasta Asakusa, lugar más
tradicional de Tokio.
En Asakusa se mantienen las calles y el ambiente
tradicional. Hay tiendas antiguas de la era Edo. Caminando por la calle
Kappabashi Dogugai nos quedamos con ganas de comprarnos platos y vajillas,
todas al estilo japonés muy lindo. Entramos a una tienda donde dos viejitos nos
atendieron muy amables y les compramos dos lámparas de papel muy tradicionales,
ambas con escritura japonesa, significando una suerte y la otra sushi que al
parecer es dinero.
En Asakusa visitamos la calle
comercial Nakamise, el templo de Sensoji y el santuario Asajusajinja.
El clima este día era algo
increíble. No hacía ni frío ni calor. Había un airecito sospechoso, demasiado agradable.
Bien de esos climas que te anticipan que alguna tormenta se avecina. Llegamos a
la calle comercial Nakamise, muy pintoresca. Luego nos fuimos al templo de
Sensoji donde nos agarró una fuerte tormenta en la mitad de su recorrido. Por
suerte anticipamos y minutos antes de que el cielo estuviera completamente
negro, compramos un paraguas.
Arrancó el viento, la lluvia y el granizo, y
todos arrancaron a correr. Sin mucha gente a la vista nos refugiamos bajo un
techo. Pocos minutos después paró la tormenta, se despejó y seguimos el
recorrido hacia el santuario. Días después leímos en internet que ese mismo
día, a unos 30 km del lugar de donde estábamos pasó un tornado.
El templo de Sensoji es el más
antiguo de Tokio. Allí te encontrabas con mucho humo de inciensos y gente
aleteando sus manos para tirarse el humo arriba como forma de purificación.
También observamos que tiran monedas a una fuente para después agitar un tubo
del cual sacaban un palito de adentro, y este palito los conducía a una cajita
que contenía un papel con algún proverbio. El mismo era luego colgado en unas
cuerditas que estaban ahí mismo. Todo un ritual. En las calles que rodeaban el
templo se podían observar puestos de venta de artesanías y comidas de todo
tipo. Todas las tiendas adornadas al estilo japonés.
En este lugar también vimos de
lejos el Sky Tree, una torre a inaugurarse en mayo 2012, siendo la más alta de
Tokio. A semanas de su inauguración sólo la vimos de lejos. En apariencia era
parecida a la Sky Tower de Auckland.
Al terminar nuestro recorrido por Asakusa nos fuimos en subte por Asakusa line hasta Shimbashi. Aquí salimos a la superficie y nos tomamos un tren que cruzaba a la isla Odaiba. Este tren cruzaba el Rainbow Bridge, el puente que conectaba ambas islas. Al llegar a la Odaiba island fuimos a Odaiba Marine Park, donde había una ramblita. Con los pies en arena vimos el atardecer donde el sol se escondía detrás del puente y de los edificios.
Caminando por esta rambla fuimos
de a poco dando vuelta la isla. Se nos presentó un personaje particular. Un
hombre estaba abajo del muelle e iba de un lado al otro, mojándose las piernas
al inicio y luego quiso como que hacer snorker. El día estaba frío después de
la tormenta y la imagen del hombre en calzoncillo y mojado no encuadraba. Seguimos
caminando después de que nos puso fea cara por filmarlo y nos encontramos
sorpresivamente con una estatua de la libertad! Réplica idéntica. Muy raro
verla en Tokio!
Paseando de noche por la isla nos
topamos con una fiesta alemana organizada por japoneses. Allí estaban tomando
cerveza, comiendo panchos y bailando tomados de la mano con los gorritos
típicos alemanes. Un momento bizarro pero divertido.
Entramos a un shopping donde
quedamos sorprendidos por una tienda enorme dedicadas a perros. Carritos para
llevarlos como si fueran bebés ya habíamos visto por la calle, pero pensábamos
que sólo era gente desubicada que los ponía en ellos. La cuestión es que ahí
había una tienda que vendía desde estos carritos hasta la ropa y calzado para
sus animales.
Dentro de este shopping quedamos fascinados con una sección que
estaba ambientada al mejor estilo Venecia, donde paredes y techos te hacían
sentir allí. Espectacular!
En esta isla vimos una rueda
gigante, un robot enorme y un show
hawaiano. Para volver a tomar el tren cruzamos por un puente llamado Daiba
Frontier Bridge que era idéntico al puente de la mujer de Buenos Aires, pero
muchísimo más largo.
Llegamos al hostel muy cansados y
pusimos la alarma para despertarnos en la madrugada. A las cuatro de esta
madrugada del lunes sonó el despertador y partimos hacia el mercado de Tsukiji.
En este mercado se vende pescado al por mayor y es el más extenso de Japón. Allí
llegamos y nos metimos para ver la acción del negocio del cual todos hablan.
Creo que nos perdimos parte de ella pues al llegar ya eran las cinco de la
mañana y sólo vimos a los vendedores cortar y acomodar la mercadería.
Con miles
de carritos que iban de arriba para abajo llevando y trayendo cajas, era casi
imposible caminar por la zona. Nos metimos aún más adentro de estos galpones y
en pleno video de Gastón y fotos mías, un guardia nos sacó del lugar pues se
abre al público a las diez de la mañana. Salimos y entramos escabullidos
nuevamente. No nos íbamos a levantar tan temprano para que nos saquen tan
fácil. La actividad de ahí adentro estaba muy buena pues algo de locura aún
continuaba y se podían ver todo tipo de bichos del mar. Nunca vi tanta variedad
de pescado junta!
Una vez que salimos de estos
galpones vimos en ciertos lugares colas de gente ansiosa por comer mariscos o
pescado fresco…pero estamos hablando que eran las siete de la mañana!
Increíble! Ahí estaban, sentados comiendo y otros esperando a que haya lugar
para entrar.
Como desafío en este último día
en Tokio queríamos encontrar los edificios y a la gente trajeada. Para esto
decidimos ir a Nihombashi. Fue la más divertida experiencia en metro. En plena
hora pico nos metimos en el subte y tuvimos que hacer cola para poder tomarlo.
Lo inesperado fue que las colas para tomarse el subte se separaban por sexo
según el vagón a subir. En el piso estaba delimitado donde subir cada uno.
Quisimos entrar juntos para no perdernos porque era impresionante la cantidad de
personas que estaban entre nosotros, pero un guardia no nos dejó. Llegó el
subte y nos subimos en vagones separados. Por suerte eran sólo tres paradas. El
vagón de chicas en el cual estaba metida no daba lugar a respiro alguno. Pegadas
como sardinas enlatadas el movimiento era un solo. Si una se movía hacía efecto
avalancha de estadio de futbol al meter gol.
Lo complicado no fue entrar, sino
que la cuestión era salir de allí y no perdernos. Lleno de liceales con pollera
y trabajadoras con traje, me pude bajar en destino y a los minutos recién logró
bajar Gastón.
Esa mañana en el subte fue algo increíble. Todo Tokio
estaba ahí abajo trasladándose para sus trabajos o colegios. Con esta
experiencia confirmamos que los nipones sólo usan tapabocas en caso de estar
enfermos, para no contagiar al resto.
Salimos a la superficie y vimos
el centro financiero de Tokio. Edificios por todos lados y gente de traje y
corbata caminando rápidamente por las calles indicaban que no le habíamos
errado al lugar. Entre los edificios que vimos llegamos hasta el banco de Japón.
Aquí sacando una foto se me acercó un guardia malísimo y gritando decía “ No
photo” con sus dos brazos cruzados formando una cruz. Lo cómico es que después
de retarnos, se inclinaba mostrando respeto y decía “ Aligato”. Son tan tan
educados!
Terminado nuestro último día en
Tokio partimos todos juntos hacia el aeropuerto. Era complicada la vuelta ya
que no nos quedaba muy claro donde bajarnos para tomarnos el tren que iba al
aeropuerto. Con valijas en mano le preguntamos a una señora dónde nos teníamos
que bajar y allí nos bajamos. En ese momento un guardia al vernos a los cuatro completamente
cargados con valijas y mochilas se acercó y nos dijo que nos metiéramos de
nuevo al tren porque nos habíamos bajado mal. Todos apurados para que las
puertas no se cerraran nos metimos nuevamente arrastrando a más no poder las
valijas. Un momento muy cómico donde por suerte nadie quedó afuera, ni las
maletas ni nosotros!
Llegamos al aeropuerto y nos
tomamos nuestro vuelo hacia China. Allí nos unimos al grupo de viaje.
Nos fuimos encantados con Japón,
principalmente por su gente y su cultura.
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