Llegamos a Sydney después de
cuatro horas de vuelo. Nos tomamos un tren que nos dejó en el centro, a pocas
cuadras del hostel. Se empezó a sentir el peso de las valijas porque tuvimos
que caminar bastante y subir varias escaleras para salir del metro. Una vez que
llegamos al hostel era de no creer el olor concentrado a cerveza que había. Resulta que en el primer piso del edificio había un bar, y en la noche no sólo se
concentraba el olor a cerveza sino que también no se dejaba
de sentir la música. Con la mejor cara nos fuimos a nuestra habitación, en el
cuarto piso.
A pesar de todo, el hostel estaba ubicado a tres cuadras de la bahía de Darling Harbour y a diez cuadras de la bahía de Circular Quay. Con una ubicación estratégica, nos permitió recorrer todos los puntos turísticos de Sydney caminando.
A diferencia de Auckland
visualizamos un ambiente mucho más agradable. Las calles se sentían seguras y
limpias. El tránsito en Australia, como en NZ, es muy ordenado y se maneja del
lado contrario. A pesar de ser un tránsito rápido y fluido, no vimos ningún
accidente de tránsito. También observamos en ambos países que algunas canillas
de agua para lavarte las manos están separadas en caliente y fría, no habiendo
conexión entre las mismas: algo rarísimo, te congelas o te quemas! Con mapa en mano salimos a recorrer la ciudad. Para
nuestro asombro, Sydney, ciudad no nombrada como punto alto del viaje, superó ampliamente
nuestras expectativas de tal forma que si New York es un 10, Sydney un 9 y
subiendo.
El primer día fuimos a la bahía Darling Harbour, donde más allá de
los barcos característicos de una bahía estaba el acuario. No pensábamos ir
porque hace dos años fuimos al acuario de Georgia, y según dicen es el más
grande del mundo. De cualquier manera fue tan recomendado que entramos. Vimos
alguna especie que otra de tiburones que sólo habitan en Australia, pero el
resto del lugar no nos quitó el asombro. Más bien me fui desilusionada con lo
que me encontré. Un lugar lindo para visitar, pero me llevé la misma sensación que
sentí cuando subí la Sky Tower en Auckland. Los chinos no faltaron tampoco a la
ocasión y con sus cámaras enormes, se metían en todos lados, no dejando sentir tranquilidad
alguna.
Al salir del acuario, fuimos
caminando hasta el Hyde Park, un parque con una fuente al mejor estilo europeo
con vista a St Marys Cathedral, una catedral antiquísima enorme y muy linda. Ese trayecto caminando nos dio el primer pantallazo de la ciudad. Las calles
estaban en continuo movimiento, llenas de turistas y personas con traje, así como
en la hora de almuerzo en la plaza matriz de la Ciudad Vieja, pero por toda la
ciudad y a toda hora.
Caminando y caminando conocimos
el Royal Botanic Gardens. Un parque enorme que va desde el centro hasta el río
de la ciudad. Como jardín botánico, la vegetación en general que encontramos
era exquisita. Nos sorprendieron la cantidad de murciélagos a plena luz que
estaban en las copas de los árboles. Cientos de ellos le sacaron el aliento a
Gastón que como niño no dejaba de mirar para arriba.
Este día en Sydney nos fascinó
por completo por su centro, parques y bahías, pero lo que más adoramos fue el
amor por el deporte de sus ciudadanos. Desde la mañana hasta la noche veías
constantemente diferentes tipos de atletas.
La mayoría eran ciclistas y
corredores, pero también nos encontramos con gente haciendo boxeo y gimnasia en
distintos rincones al aire libre de la ciudad.
Resulta que no sólo están los
deportistas que corren en su tiempo de ocio durante todo el día, sino que es un
estilo de vida de esta ciudad. Muchas empresas ofrecen duchas para aquellos
empleados que eligen correr para ir a trabajar. A la salida laboral, no hay
excusa y corren con su mochilita hasta sus hogares. Lo cómico es que eran miles
de corredores, y quienes no se llevaban ropa deportiva para correr, los veías
caminando con su ropa laboral y calzado deportivo. La velocidad a la que
corrían y caminaban no tiene nombre. Independientemente del
sexo o edad, ahí estaban, con su espíritu deportivo al máximo. También te
encontrabas constantemente con ciclistas, equipados siempre con luces y cascos.
Eran muchos, y cuando digo muchos son muchos. Tantos, que para pasar el puente
de Harbour tenían un carril especial para ellos. La velocidad a la que iban
también seguía el ritmo de la cuidad. Mientras uno caminaba, para moverse hacia
un costado tenías que ver para ambos lados sino te pasaban por arriba.
En este primer día nos enamoramos
de la cuidad donde volvimos a sentir el amor por el deporte y la sal del mar.
Esa noche llegamos hasta “The
Rocks”, un lugar histórico con boliches sobre la costa. Cansados, nos sentamos
a ver la vista de la cuidad. Después nos fuimos caminando por George Street, la
calle que desembocaba en el hostel.
Al día siguiente, decidimos ir al
zoológico. Las ganas de ver algún koala, canguro y osos pandas estaba presente
desde hace tiempo, así que nos fuimos al Taronga Zoo! Este zoológico es uno de
los más grandes del mundo y estaba ubicado al norte de Sydney, cruzando la
bahía. Para llegar, nos tomamos un barco en la Bahía Darling Harbour que nos
recorrió por la costa, pasando por debajo del puente Harbour Bridge, rodeando
la bahía Circular Quay y el Opera House, continuando su camino hasta la costa
que mira el este de Sydney.
El zoológico nos llevó todo el
día, era gigante y no tenía nada que envidiarle a ningún otro zoológico que
hemos visitado anteriormente. Con todo tipo de bicho suelto, disfrutamos de
estar entre canguros sin rejas de por medio. Yo disfruté mucho los felinos. Había
un león con dos leonas y una pareja de tigres con tres cachorros ya algo
crecidos pero muy juguetones, no dejando tranquila una pelota que iba de arriba
para abajo!
Algo emotivo en este día en el
Zoo fue ver a un koala de cerca. Son momentos que sin duda no tienen precio.
Los koalas duermen 20 horas al día, un disparate! El koala al cual nos
acercamos se entre dormía entre las ramas de los árboles, ternura total! Daban
ganas de llevarse uno para que acompañe a Guazucito. En ese momento con tantos
animales de por medio se le extrañó más que de costumbre.
Terminada nuestra jornada en el
Zoo, nos fuimos con el sol bajo de regreso a la cuidad. Lo que nos faltaba para
terminar nuestro recorrido por sus calles era cruzar el Harbour Bridge
caminando. Para llegar a este puente estuvimos como dos horas, nos
metimos en todo recoveco de la cuidad, sorprendidos aún más por el constante
movimiento de boliches y gente corriendo por lugares inhóspitos. Sin lugar a
dudas confirmamos que Sydney es un lugar para vivir.
Luego de subidas y subidas
llegamos al puente. La vista que había desde ahí arriba era increíble como todo en Sydney. Con un sendero para caminar de tres metros de ancho entendimos
que así como en el tránsito uno va por el sendero izquierdo y la gente regresa
por el derecho, subiendo escaleras y caminando es igual. Ahí me pregunté si en
una piscina en el andarivel también respetarán el ir por la izquierda siempre,
que complicado me sería nadar! Raro.
Caminando por el puente, había
que tener cuidado de no irse para el lado derecho por la constante gente
corriendo de un lado para el otro de la cuidad. La altura permitía tener una vista
hermosa, tanto del este como del norte de Sydney. La vista inmediata que tenía
al ir hacia el lado norte era la tan famosa cruz de Bayer en lo alto de un
edificio. Gran publicidad ubicada en un punto estratégico. Todas las personas
que regresan a sus casas corriendo o caminando hacia el norte ven constantemente
la cruz, y en ese momento yo también la miré durante todo el trayecto. Ahí me
sentí muy agradecida por haber podido trabajar en esta empresa, más allá de las
personas que me llevé, las posibilidades económicas que me brindó son reflejo
de poder vivir este hoy.
Regresando, ya tarde, sólo nos
quedaba ver la vista de la bahía Darling Harbour de noche, donde bolichitos la
hacían muy parecida a su otra bahía y constantemente disfrutable. Fuimos a un
parque y descansamos en unas hamacas
viendo de costado el mar.
Dando por culminada nuestra
estadía en Sydney, aprontamos las valijas para irnos a Singapore.
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