lunes, 25 de junio de 2012

Australia


Llegamos a Sydney después de cuatro horas de vuelo. Nos tomamos un tren que nos dejó en el centro, a pocas cuadras del hostel. Se empezó a sentir el peso de las valijas porque tuvimos que caminar bastante y subir varias escaleras para salir del metro. Una vez que llegamos al hostel era de no creer el olor concentrado a cerveza que había. Resulta que en el primer piso del edificio había un bar, y en la noche no sólo se concentraba el olor a cerveza sino que también no se dejaba de sentir la música. Con la mejor cara nos fuimos a nuestra habitación, en el cuarto piso.


A pesar de todo, el hostel estaba ubicado a tres cuadras de la bahía de Darling Harbour y a diez cuadras de la bahía de Circular Quay. Con una ubicación estratégica, nos permitió recorrer todos los puntos turísticos de Sydney caminando.

A diferencia de Auckland visualizamos un ambiente mucho más agradable. Las calles se sentían seguras y limpias. El tránsito en Australia, como en NZ, es muy ordenado y se maneja del lado contrario. A pesar de ser un tránsito rápido y fluido, no vimos ningún accidente de tránsito. También observamos en ambos países que algunas canillas de agua para lavarte las manos están separadas en caliente y fría, no habiendo conexión entre las mismas: algo rarísimo, te congelas o te quemas! Con mapa  en mano salimos a recorrer la ciudad. Para nuestro asombro, Sydney, ciudad no nombrada como punto alto del viaje, superó ampliamente nuestras expectativas de tal forma que si New York es un 10, Sydney un 9 y subiendo. 

El primer día fuimos a la bahía Darling Harbour, donde más allá de los barcos característicos de una bahía estaba el acuario. No pensábamos ir porque hace dos años fuimos al acuario de Georgia, y según dicen es el más grande del mundo. De cualquier manera fue tan recomendado que entramos. Vimos alguna especie que otra de tiburones que sólo habitan en Australia, pero el resto del lugar no nos quitó el asombro. Más bien me fui desilusionada con lo que me encontré. Un lugar lindo para visitar, pero me llevé la misma sensación que sentí cuando subí la Sky Tower en Auckland. Los chinos no faltaron tampoco a la ocasión y con sus cámaras enormes, se metían en todos lados, no dejando sentir tranquilidad alguna.

Al salir del acuario, fuimos caminando hasta el Hyde Park, un parque con una fuente al mejor estilo europeo con vista a St Marys Cathedral, una catedral antiquísima enorme y muy linda. Ese trayecto caminando nos dio el primer pantallazo de la ciudad. Las calles estaban en continuo movimiento, llenas de turistas y personas con traje, así como en la hora de almuerzo en la plaza matriz de la Ciudad Vieja, pero por toda la ciudad y a toda hora.




Caminando y caminando conocimos el Royal Botanic Gardens. Un parque enorme que va desde el centro hasta el río de la ciudad. Como jardín botánico, la vegetación en general que encontramos era exquisita. Nos sorprendieron la cantidad de murciélagos a plena luz que estaban en las copas de los árboles. Cientos de ellos le sacaron el aliento a Gastón que como niño no dejaba de mirar para arriba.  





Caminando aún más llegamos a la costa de este parque, deleitándonos con la hermosa vista del Harbour Bridge (un puente enorme sobre el río que separa el norte del este de la ciudad), y del teatro Opera House. Este teatro es la imagen representativa de la cuidad, con luces en la noche que la hacen aún más hermosa. Nos quedamos sentaditos en un muro con los pies colgando al río, apreciando la vista, hasta que el sol se ocultó.




Seguimos caminando todo por la costa y llegamos hasta el Opera House, donde la vista a la ciudad era de asombro. Ubicado en la Bahía Circular Quay, la presencia de bolichitos y restaurantes era innumerable, dando aún más color a los alrededores de este teatro. La gente no dejaba mesas vacías y todo se transformaba en una caminata muy agradable en esta bahía tan turística.





Este día en Sydney nos fascinó por completo por su centro, parques y bahías, pero lo que más adoramos fue el amor por el deporte de sus ciudadanos. Desde la mañana hasta la noche veías constantemente diferentes tipos de atletas. 
La mayoría eran ciclistas y corredores, pero también nos encontramos con gente haciendo boxeo y gimnasia en distintos rincones al aire libre de la ciudad.
Resulta que no sólo están los deportistas que corren en su tiempo de ocio durante todo el día, sino que es un estilo de vida de esta ciudad. Muchas empresas ofrecen duchas para aquellos empleados que eligen correr para ir a trabajar. A la salida laboral, no hay excusa y corren con su mochilita hasta sus hogares. Lo cómico es que eran miles de corredores, y quienes no se llevaban ropa deportiva para correr, los veías caminando con su ropa laboral y calzado deportivo. La velocidad a la que corrían y caminaban no tiene nombre. Independientemente del sexo o edad, ahí estaban, con su espíritu deportivo al máximo. También te encontrabas constantemente con ciclistas, equipados siempre con luces y cascos. Eran muchos, y cuando digo muchos son muchos. Tantos, que para pasar el puente de Harbour tenían un carril especial para ellos. La velocidad a la que iban también seguía el ritmo de la cuidad. Mientras uno caminaba, para moverse hacia un costado tenías que ver para ambos lados sino te pasaban por arriba.

En este primer día nos enamoramos de la cuidad donde volvimos a sentir el amor por el deporte y la sal del mar.

Esa noche llegamos hasta “The Rocks”, un lugar histórico con boliches sobre la costa. Cansados, nos sentamos a ver la vista de la cuidad. Después nos fuimos caminando por George Street, la calle que desembocaba en el hostel.

Al día siguiente, decidimos ir al zoológico. Las ganas de ver algún koala, canguro y osos pandas estaba presente desde hace tiempo, así que nos fuimos al Taronga Zoo! Este zoológico es uno de los más grandes del mundo y estaba ubicado al norte de Sydney, cruzando la bahía. Para llegar, nos tomamos un barco en la Bahía Darling Harbour que nos recorrió por la costa, pasando por debajo del puente Harbour Bridge, rodeando la bahía Circular Quay y el Opera House, continuando su camino hasta la costa que mira el este de Sydney. 


El zoológico nos llevó todo el día, era gigante y no tenía nada que envidiarle a ningún otro zoológico que hemos visitado anteriormente. Con todo tipo de bicho suelto, disfrutamos de estar entre canguros sin rejas de por medio. Yo disfruté mucho los felinos. Había un león con dos leonas y una pareja de tigres con tres cachorros ya algo crecidos pero muy juguetones, no dejando tranquila una pelota que iba de arriba para abajo!





Algo emotivo en este día en el Zoo fue ver a un koala de cerca. Son momentos que sin duda no tienen precio. Los koalas duermen 20 horas al día, un disparate! El koala al cual nos acercamos se entre dormía entre las ramas de los árboles, ternura total! Daban ganas de llevarse uno para que acompañe a Guazucito. En ese momento con tantos animales de por medio se le extrañó más que de costumbre.

Terminada nuestra jornada en el Zoo, nos fuimos con el sol bajo de regreso a la cuidad. Lo que nos faltaba para terminar nuestro recorrido por sus calles era cruzar el Harbour Bridge caminando. Para llegar a este puente estuvimos como dos horas, nos metimos en todo recoveco de la cuidad, sorprendidos aún más por el constante movimiento de boliches y gente corriendo por lugares inhóspitos. Sin lugar a dudas confirmamos que Sydney es un lugar para vivir.


Luego de subidas y subidas llegamos al puente. La vista que había desde ahí arriba era increíble como todo en Sydney. Con un sendero para caminar de tres metros de ancho entendimos que así como en el tránsito uno va por el sendero izquierdo y la gente regresa por el derecho, subiendo escaleras y caminando es igual. Ahí me pregunté si en una piscina en el andarivel también respetarán el ir por la izquierda siempre, que complicado me sería nadar! Raro.

Caminando por el puente, había que tener cuidado de no irse para el lado derecho por la constante gente corriendo de un lado para el otro de la cuidad. La altura permitía tener una vista hermosa, tanto del este como del norte de Sydney. La vista inmediata que tenía al ir hacia el lado norte era la tan famosa cruz de Bayer en lo alto de un edificio. Gran publicidad ubicada en un punto estratégico. Todas las personas que regresan a sus casas corriendo o caminando hacia el norte ven constantemente la cruz, y en ese momento yo también la miré durante todo el trayecto. Ahí me sentí muy agradecida por haber podido trabajar en esta empresa, más allá de las personas que me llevé, las posibilidades económicas que me brindó son reflejo de poder vivir este hoy.

Regresando, ya tarde, sólo nos quedaba ver la vista de la bahía Darling Harbour de noche, donde bolichitos la hacían muy parecida a su otra bahía y constantemente disfrutable. Fuimos a un parque y descansamos en unas hamacas  viendo de costado el mar.
Dando por culminada nuestra estadía en Sydney, aprontamos las valijas para irnos a Singapore.

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